Transgresión / provocación cromática

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Aproximación

El color se emplea a menudo con intención de transgredir y provocar, para quebrantar los preceptos compositivos heredados del periodo de la modernidad, o simplemente para irritar e incitar a un cambio de planteamientos. Por desgracia estas intenciones están muy próximas al cinismo y pueden resulta desvergonzadas, descaradas o incluso ofensivas, aunque a veces ésa sea su finalidad.

Su intención es reivindicativa, denunciadora. El color intenta despertar una reacción en el observador, aunque no siempre quede claro el sentido de tal respuesta. Muchos arquitectos valoran como algo positivo que su arquitectura no pase desapercibida aunque la disposición de colores resulte agresiva o molesta. La provocación se establece como valor en sí mismo. Se moviliza al observador para que reaccione ante una realidad cromática.

Determinada arquitectura coloreada, entendida como simple espectáculo, emplea el color con su inherente capacidad comunicativa para reclamar la atención del usuario-espectador , a quien finalmente se le transmite un mensaje vacío de contenido. El problema es que una vez se supera la seducción de “la imagen a primera vista”, la arquitectura termina por resultar, en ocasiones, irritante y cansina. J. A. Ramírez describe acertadamente esta paradoja propia de la postmodernidad:

“La paradoja de la arquitectura posmoderna es que posee los instrumentos lingüísticos para decir cosas, para emocionar y estimular la sensibilidad colectiva pero se niega a ello. Esto, y no otra cosa, explica la acusación de “formalismo gratuito” o “fácil decorativismo sin rigor” que se aplica a muchos nuevos creadores” (Ramírez, 1992).

Hal Foster califica el Museo Guggenheim de Bilbao del arquitecto americano F. Gehry como una arquitectura espectáculo que abruma al espectador:

“Pero en realidad tales museos hacen trampa con este arte: su gran escala, en principio planteada como desafío al museo moderno, la utilizan como pretexto para convertir el museo contemporáneo en un gigantesco espacio para el espectáculo que pueda engullir a cualquier arte, no digamos a cualquier espectador, entero. En una palabra, los museos como el de Bilbao utilizan la ruptura del arte de posguerra como una licencia para volver a acorralar, y al hacerlo, abrumar al espectador” (Foster, 2004).

Lo cierto es que en la sociedad contemporánea, dominada por cierto relativismo y caracterizada por una puesta en crisis de las verdades heredadas, los individuos se encuentran cada vez más prevenidos ante la provocación y no siempre la perciben como tal, sino que celebran abiertamente el gesto libertario manifestado mediante la transgresión.

Para contextualizar adecuadamente las intenciones vinculadas a la provocación y la transgresión se toman como punto de partida los principios cromáticos de la modernidad, que aunque ya han sido superados en su mayoría, ayudan a clarificar la capacidad transgresora que las personas seguimos asignando al color.

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